De cómo Paulina Rubio me introdujo al feminismo
Una reflexión sobre la importancia de la música pop en la vida de una niña solitaria y de cómo una canción dio inicio a mi primera revolución.
Me causa mucha gracia cuando digo algo completamente serio y la gente se lo toma como si fuera una broma, como si yo estuviese contando un chiste que acaba de llegar a su punchline. Me pasa, por ejemplo, cuando el feminismo surge como tema en una conversación y yo aseguro que Paulina Rubio fue quien me introdujo a la idea de que había algo más para mi futuro como mujer que el yugo del hogar. Mis amigas latinas me entienden a la perfección, ni siquiera tengo que mencionar cuál fue la canción que hizo de parteaguas. Mis amigas españolas tardan un poco más en captar la referencia, pero conocen perfectamente al personaje porque Paulina Rubio tuvo su momento prensa rosa española a principios de los 2000, cuando mantuvo una relación muy pública con Ricardo Bofill Jr., hijo del famoso arquitecto Ricardo Bofill. No voy a ahondar demasiado en esta historia salvo para mencionar que MTV vino a Barcelona a filmar un episodio de MTV Cribs con Paulina y ella, que vivía con su novio catalán en ese momento, mostró La Fábrica como si fuese una casa cualquiera hecha a su medida. Top tres de momentos surrealistas de la chica dorada.1
Me desvié. Lo que iba a contar era otra cosa. Corría el año 2000, yo tenía 8 años y mi infancia transcurría con más pena que gloria junto a mis padres y mi hermano menor. Era un hogar convulso, donde se cumplían los roles de género a rajatabla y con muy pocos referentes familiares de mujeres realizadas o siquiera felices. Todas parecían estar atrapadas en matrimonios desastrozos, con hombres que no eran capaces de hacer ni un solo plato de comida y completamente dependientes de las labores no remuneradas de ellas, incluída mi madre. No recuerdo un momento de mi vida donde sintiera que perteneciera allí, con ellos, o que alguna de estas mujeres fundacionales me inspirara a algo más que salir corriendo tan lejos de allí como pudiera.
Por supuesto, no es un sentimiento único ni soy la primera en sentirlo, pero en la infancia, especialmente en una sin internet, sin tv por cable, sin libros y sin hermanos mayores, los referentes tardan en llegar, y mientras tanto nos comemos años de soledades varias que terminan por moldear nuestra personalidad de una u otra forma. Me sentía incomprendida, inadecuada. Sabía que algo no estaba bien en mi casa, pero no podía señalar qué era, solo anidaba el deseo de no quería vivir así siempre. Miraba a mis abuelas, a mis tías, a mi madre y me aterraba convertirme en una de ellas, casadas, atrapadas en una casa con un marido que las odia. Tenía que haber algo más, ¿pero qué?
En ese contexto empezaba el siglo para mí cuando en la radio empezó a sonar una canción que describía la experiencia de ser mujer, pero bajo una narrativa diferente a la que yo conocía hasta entonces. Paulina Rubio cantaba en primera persona y hacía una declaración de intensiones directa. Decía que no quería ser una mujer que no saliera nunca de casa, sin opiniones propias, rendida a los pies de un tipo promedio. Ella repetía el estribillo una y otra vez, y yo me daba cuenta de que tampoco quería encerrada esperando que mi esposo déspota llegara por las noches, aunque todo a mi alrededor indicara que así iba a ser, que ese era el camino a seguir. Crecemos rodeadas de productos culturales (canciones, libros, películas, series, novelas) que refuerzan la idea de que no hay amor verdadero sin sufrimiento y que hay alguna especie de virtud purificadora en el hecho de sufrir antes de obtener el final feliz, especialmente si la que sufre es la mujer. Así que ahí estaba yo, con mi emisora de radio favorita y mi autoestima en construcción, escuchando a Paulina Rubio decir con total descaro que se safaba de ese rol y aprovechaba para increparle a él por creer que ella era suya o que le debía algún tipo de obedencia.
Yo escuchaba sorprendida, casi en estado de shock. ¿Se podía hacer eso? ¿Se podía decir en voz alta que renunciabas a tu rol concedido? ¿Se podía mandar a joder al hombre de turno y salir huyendo en una motocicleta como una superheroína?
Fue un momento de epifanía absoluta. 2
El video también me parecía fascinante. Era un compendio de diferentes películas en las que ella era la protagonista de su propia historia, la heroína que vencía a todos los hombres malos, hacía amigas en el camino y se encargaba de mantener el orden sin despeinarse. Aquí Paulina lo daba todo: looks, voz, personalidad arrolladora, seguridad, fuerza. Yo solo podía verla fascinada.
En defensa del pop
Mi formación musical está enteramente construida por lo que sonaba en la radio a finales de los 90 y durante los primeros años del nuevo milenio, y por lo que rodaba en canales de música como MTV, HTV o Telehit. Mucha de la información cultural que obtuve y que hoy me sirve como marco referencial para explicar el mundo, la obtuve viendo horas de documentales en E! y conteos infinitos en VH1 donde rankeaban las 100 mejores películas de todos los tiempos, o los 100 adolescentes más famosos, o los 100 mejores videos musicales. Cuando llegó el internet y el mundo se abrió ante mis ojos, tuve más liberad de moldear y elegir lo que me iba gustando más o menos, pero las bases ya estaban sentadas.
Todos, en más o menos medida, estamos hechos de retazos de las personas que se han cruzado en nuestro camino. Y es curioso que en este viaje de ser DJ me topo una y otra vez con gente que no es capaz de disfrutar de la música sin complejos de pureza y se quedan en la crítica superficial de que lo mainstream es fácil, repetitivo y monótono, pero sin valorarlo en toda su composición, sin reconocer lo que implica crear un hit mundial. Porque no es solo la canción, ni la melodía, ni los arreglos, ni la letra; es quién la canta, cómo la canta, cómo se presenta, cómo se apropia de ella, cómo la acompaña. Hay artistas con voz y producción impecables que no logran ese impacto, porque lo que hace a una estrella del pop no es solo el talento técnico, sino la manera de transmitir la emoción, cualquiera que esta sea. Hay artistas que no tienen un especial talento aparente, pero son capaces de mover y conmover masas porque desarrollan su propia voz para hacerlo, y eso es lo que encuentro fascinante porque, si bien trasciende la música en sí misma, require de una maestría emocional que pocos se preocupan en desarrollar.
Es más, muchas veces se menosprecia el pop por no ser "profundo", pero ¿qué es más real que una canción que puede hacer que una niña de 8 años cuestione el mundo en el que vive? Supongo que no todas las revoluciones empiezan con tratados filosóficos; a veces, empiezan con una canción en la radio.
💡Otros momentos de epifanía pop de mi vida
Cuando Shakira hizo su anticredo personal en No creo: «No creo en Venus/ ni en Marte/ No creo en Carlos Marx/ No creo en Jean Paul Sartre/ No creo en Brian Weiss». Fue la primera vez que escuché hablar de Marx y de Sartre, y me sigue dando risa que haya traducido Karl como Carlos.
Otra vez Shakira cuando se declaró en rebeldía cristiana, hizo su recuento propio del mito de la creación y criticó a Dios™ en Octavo Día. Como niña educada en colegio de monjas, aquello fue revelador. Luego lo volvió a hacer en How do you do?, la primera canción de Oral Fixation que empieza con ella rezando en latín, pero allí yo ya me había cuestionado ciertas cosas y, aunque estaba muy en su línea editorial, no me resultó tan novedoso.
El momento exacto de la adultez en que entendí aquella canción de Julieta Venegas que de niña no entendía bien: «No se ve, pero siento que hay en mí algo que está cambiando».
Ver a Ginger escribir en su diario y hacer lo mismo. Años después, viendo Sex and the city, volví a sentir ese impulso íntimo de la escritura, pero en lugar de escribir un diario a mano, lo quería hacer desde mi Mac y mi apartamento de soltera.
Cuando Natalia Lafourcade menciona a Gael García Bernal en su canción En el 2000. Me parecía increíble que ambos mundos se cruzaran.
Cuando le llamaron la atención a mi profesora de cuarto grado porque nos hizo leer Juventud en éxtasis, que contenía escenas gráficas de sexo y drogadicción. Años después, ya viviendo en Venezuela, las monjas de mi colegio también prohibieron leer El código Da Vinci durante las horas muertas escolares y lo tuve que terminar de leer de incógnito.
Hasta aquí las cosas que tenía por decir el día de hoy.
Va un abrazo desde Barcelona.
Mónica.
Hay otro episodio de MTV Cribs donde recorren su casa en Miami, Casa Ananda, que sí era suya y que fue también fue diseñada por su famoso exsuegro.
Irónicamente, Yo no soy esa mujer está escrita no por uno, sino por cuatro hombres: Christian De Walden, Ralf Stemmann, Mike Shepstone y Carlos Toro Montoro. Tiene una versión en inglés, Not that kind of girl.
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